Destacados: Agenda 2030 | Libros | Ucrania | Vox

       

Artículos

Censura: la metafísica de la cultura soberana (III)


Aleksandr Duguin | 19/04/2023

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

La referencia de la censura a la filosofía nos obliga a examinar más de cerca el contenido metafísico del concepto. Para ello, podemos recurrir al filósofo rumano Lucian Blaga, que introdujo el concepto de «censura trascendental».

Para entender lo que Lucian Blaga entiende por «censura trascendental», debemos decir unas palabras sobre su teoría filosófica en general. Blaga comienza diciendo que el Ser Supremo (el Absoluto y el creador del mundo) es el «Gran Anónimo». Al Gran Anónimo se le pueden aplicar razonablemente varios epítetos laudatorios («Grande», «Poderoso», «Único», «Sapientísimo», «Eterno», etc.), pero sólo uno es de inconmensurable relevancia: «El que proclama la Verdad», «el Verdadero».

Para Descartes, es evidente que Dios no puede mentir. Lucian Blaga tiende a decir lo contrario: si el Gran Anónimo revelara la verdad, su poder creador crearía inmediatamente su doble absoluto, lo que cortocircuitaría su pleroma. Por tanto, se ve obligado a decir, si no una mentira descarada, al menos no toda la verdad, y más exactamente, introduce una censura trascendental, pero de nuevo no en el enunciado, sino en la posibilidad fundamental de su interpretación adecuada. Puede revelar toda la sabiduría, pero antes priva a aquel a quien se la revela de la capacidad de comprenderla. Este es el sentido de la «censura trascendental». Si Dios (el Gran Anónimo) creara una creación verdaderamente perfecta y verdadera, simplemente se repetiría a sí mismo. Pero esto es imposible, porque no puede haber dos «dioses» totalmente idénticos. Así pues, según Lucian Blaga, para que surja la creación, Dios debe censurarse a sí mismo. Esta censura consiste en ocultar ciertos aspectos -superiores- de la estructura de la realidad.

Blaga introduce los conceptos de «conciencia paradisíaca» y «conciencia luciferina». La primera considera a Dios y a la realidad en su conjunto como un triángulo continuo. No capta la presencia de la censura trascendental y piensa en la existencia como si no existiera. El segundo, por el contrario, reconoce la trampa, pero se rebela contra la «censura trascendental» y trata de resquebrajarla (de «convertirse en Dios»).

Esta línea de realidad que separa la parte positivamente accesible del ser de la parte sometida a la censura trascendental es lo que Blaga llama el «horizonte misterioso». La conciencia paradisíaca piensa que el ascenso de la escalera de peldaños del ser es ininterrumpido, y no advierte el horizonte misterioso, es decir, el punto donde se interrumpe la continuidad.

La conciencia luciferina es consciente del horizonte misterioso e insiste en tratar de describir esa parte del ser que se oculta tras el velo censurado, utilizando los mismos términos y enfoques que la realidad que se encuentra bajo el horizonte misterioso. El resultado es una colisión cuyos ecos podemos ver claramente en el estado de la civilización occidental moderna, que se ha vuelto inequívocamente luciferina y pretende traspasar los velos naturales del misterio: descifrar el genoma, crear la inteligencia artificial, etc. El esquema de Lucian Blaga puede reflejarse en la siguiente figura.

El propio Blaga aboga por una tercera vía: no caer en la ingenuidad de una conciencia paradisíaca que ignora la grieta fundamental en la estructura de la realidad, pero tampoco dejarse capturar por la rebelión luciferina. Debemos centrarnos en el horizonte del misterio, aceptando el misterio, el sacramento como algo autosuficiente. Sí, Dios no es conocible, y la verdad que nos da nunca puede ser completa. Siempre habrá algo que nos ocultará un velo impenetrable. Siempre habrá algo censurado y nunca lo conoceremos.

Pero ésa es la libertad de crear. Somos libres de imaginar lo que hay más allá del horizonte del misterio, según nos parezca. No la ciencia (luciferismo), sino la cultura, eso es lo que Dios quiere que hagamos, lo que nos permite hacer, lo que nos anima a hacer.

En tal situación, el censor adquiere un significado especial. Él vigila el horizonte del misterio para preservarlo del orgullo satánico, para mantenerlo inexpugnable. La creación es libre siempre que respete al censor trascendental. Y el censor está en la posición de quien está investido de una misión superior: mantener las proporciones del ser como deben ser para que el mundo exista (exactamente en ese estado intermedio que sólo es posible cuando la verdad se entrelaza dialécticamente con la no-verdad), y hasta el final, donde termina una y comienza la otra, nadie lo sabrá nunca. Hasta el fin del mundo.

La censura en Rusia y Rusia

Más allá de la figura caricaturesca del censor y teniendo en cuenta la carga metafísica de la «censura trascendental» en la filosofía de Lucian Blaga, podemos echar un vistazo diferente a los hechos bien conocidos que describen el estado de la censura en la historia de la Rusia antigua y posteriormente imperial. Así, las listas de libros abjurados en el «Izbornik de 1073» no son sólo una lista de herejías y prohibiciones, sino que también contienen documentos detallados y mucho más detallados de la santa herencia patrística, que deben tomarse como norma y estándar. Aquí, la descripción de las herejías sirve para formar una imagen más contrastada de lo que es propio y correcto. Izbornik esculpe una Piedad o una Eesfinge, describiendo claramente la imagen en sí y contrastándola con los fragmentos de roca de mármol o las formas indebidamente desviadas de cortar. La negación está inextricablemente unida a la afirmación y, en general, se trata de revelar la imagen: la visión cristiana ortodoxa completa de la verdad, la belleza y la bondad. Al mismo tiempo, las profundidades de la contemplación espiritual monástica permanecen ocultas. Tienen su lugar en el ámbito del horizonte del misterio, que la Ortodoxia observa sin intentar invadirlo ni criticarlo directamente.

Las reformas seculares bajo Pedro y sus sucesores separaron la censura espiritual de la secular. Hasta mediados del siglo XVIII, la fuente de la censura laica era el propio zar (recordemos aquí lo que dijimos sobre la soberanía suprema del censor). Más tarde, los zares rusos delegaron este derecho en diversos órganos: el Senado, la Academia de Ciencias, el Ministerio de Instrucción Pública, el Ministerio del Interior, etc. Pero se trata siempre de una delegación puramente «conminatoria» de ciertos poderes puramente soberanos del zar. Es una extensión del poder soberano, no algo independiente y especial.

Una figura destacada de la censura del siglo XIX fue el conde Sergei Semiónovich Uvarov, que adaptó el principio eslavófilo de «Ortodoxia, Autocracia, Nacionalidad» a todo el sistema epistemológico del Imperio: a la cultura, la educación, la política, etc. El monarca apoyó este reconocimiento de la corrección eslavófila, pero no formuló tanto el contenido del código de la censura suprema como confirmó con su autoridad suprema la versión propuesta. Es el propio Uvarov quien desempeña el papel de censor, de guardián del misterioso horizonte de la cultura rusa del siglo XIX.

Los demócratas revolucionarios y los bolcheviques, que se burlaron todo lo que pudieron de la censura zarista, tomaron el poder en 1917 y siguieron exactamente el mismo camino, introduciendo un estricto código de censura, pero sólo sobre la base de su propia ideología. En lugar de ninguna censura (lo cual es del todo imposible), los bolcheviques introdujeron sus parámetros y los aplicaron de forma mucho más agresiva, intolerante y radical que los censores de la época zarista.

Los liberales contemporáneos, ya sean rusos u occidentales, muestran una actitud similar. Critican y ridiculizan sin piedad la censura en las sociedades y regímenes que no les gustan, y en cuanto llegan al poder imponen sus propias normas de censura, aún más duras e intolerantes, represivas y restrictivas. La piratería luciferina del horizonte de misterio no conduce a la libertad de la censura, sino a la verdadera dictadura, aunque la propia rebelión comience con una exigencia de libertad sin restricciones.

Conclusión

La censura existe en la Rusia contemporánea. No hay sociedad que no la tenga. Sin embargo, sigue siendo impuesta por los liberales debido a la inercia de los años noventa. Son ellos quienes, habiendo usurpado este derecho y sin tener intención de renunciar a él ni siquiera en las nuevas condiciones, siguen detentando el monopolio de la censura en la Federación Rusa.

Las nuevas condiciones, derivadas de la Operación Militar Especial, requieren nuevas acciones, directrices y métodos por parte de las autoridades, pero hasta ahora los liberales se han enfrentado a ellas con medios puramente técnicos. El liberalismo, aunque asociado a la noción de soberanía, sigue siendo el código de la censura. En general, la élite (incluida, sobre todo, la élite epistemológica) se solidariza con el código cultural occidental y se obstina en bloquear el código patriótico (eslavófilo, ortodoxo). De ahí las contradicciones con la lógica de la censura: todo lo que corresponde sobre todo a la actitud liberal es aceptado y apoyado en la cultura, pero asociado a la lealtad al régimen y (aunque no sea así) al reconocimiento de la soberanía de Rusia. Todo lo demás se rechaza.

El censor soberano del poder sigue sin esculpir una imagen ortodoxa de la sociedad rusa, sino un híbrido posmoderno de «capitalismo soberano». Es evidente que necesitamos otro censor y otra censura.

Censura: la metafísica de la cultura soberana

Primera parte
Segunda parte
Tercera parte

Nota: Cortesía de Euro-Synergies