Pretendemos haber descubierto ahora la globalización, pero ya es antigua. Voltaire ya cantaba a ella en Le Mondain (1738). Se hizo moderna, bancaria y anglosajona después de Waterloo, cuyo bicentenario celebramos con nuestros queridos vencedores.
En 1843, Toussenel describió la globalización. Su libro mal titulado (su objetivo es la Suiza reformada de los banqueros ginebrinos, los Necker) no ha envejecido ya que estamos viviendo lo que Hegel y luego Kojève y Fukuyama han llamado el fin de la historia. Añade que la globalización no beneficia a los ingleses, como tampoco beneficia hoy a los estadounidenses.
El único cambio es que Inglaterra ya no está sola. Desde 1918, Estados Unidos cogobierna el mundo con la city. Hacen que los países se dobleguen mediante guerras mundiales o sanciones. Imponen leyes, subcultura e ideología, buena o mala. En 1843, el jefe de Estado europeo ya era el zar.
Toussenel nombra los seis pilares de esta dominación permanente:
Una deuda enorme: «Ha habido aún otra consideración: es arrastrar al tesoro a gastos locos, obligarlo más tarde a llorar miseria, y reducirlo a la imposibilidad de intentar cualquier gran empresa de utilidad pública».
El Estado de facto sólo beneficia a las élites: «La teoría del gobierno-úlcera es inglesa de nacimiento, ya que procede de los economistas. Inglaterra es el hogar de todos los falsos principios, de todas las revoluciones, de todas las herejías. Inglaterra es la gran tienda donde se preparan y venden con igual éxito doctrinas y drogas venenosas».
La guerra permanente por el control de los recursos: «Inglaterra quiere la custodia de todos los estrechos que comandan las grandes rutas comerciales del globo. Apunta a la fragmentación, porque vive en las lágrimas del globo; es protestante y cismática en todo: individualismo y protestantismo son una misma cosa».
La ruina económica a través del libre comercio: «Inglaterra, al matar el trabajo entre todos los pueblos, para hacerlos consumidores, es decir, tributarios de su industria, ha matado la riqueza de estos pueblos. El capitalista ha puesto el pie en la garganta del consumidor y del productor».
El fin de los pueblos y las patrias: «Bajo este régimen de castas, en efecto, no hay pueblo; o bien el pueblo es una cosa indiferentemente llamada el ilote, el esclavo, el siervo, el manante, el irlandés. El suelo de la patria ya sólo tiene proletarios como defensores«.
Por último, la cretinización universal por parte de la prensa que colabora con el nuevo amo: «El feudalismo industrial, más pesado, más insaciable que el feudalismo noble, desangra a una nación, la cretiniza y la bastardea, la mata al mismo tiempo en cuerpo y en espíritu. Pero la prensa, que no teme atacar a la realeza oficial, no se atrevería a atacar al feudalismo financiero».
Fuente: Euro Synergies
Nicolas Bonnal es ensayista y escritor.