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Al abrigo del Antropoceno: el capitalismo está destrozando el mundo


Denis Collin | 29/10/2023

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

Jean-François Collin es un alto funcionario jubilado que ha ocupado puestos de responsabilidad en el extranjero y en Francia, en varios ministerios y en el Ayuntamiento de París. En 160 páginas, hace un análisis muy crítico del discurso dominante sobre la ecología y el estado político de nuestro país. Resumamos lo que tiene que decir: la retórica catastrofista es una retórica vacía, porque es el capitalismo el que amenaza al planeta y, sobre todo, a la humanidad que vive en él. El título del último capítulo indica claramente el sentido de su argumentación: «¡Viva el socialismo! Igualdad para salvar a la humanidad y al planeta».

El autor comienza abordando la vaga noción del Antropoceno. Vaga porque nadie es capaz de datarla: ¿el dominio del fuego, el Neolítico o el capitalismo? Entre hace 700.000 años y hace 400, aún queda camino por recorrer. También es un concepto confuso, porque culpa al hombre en general, al hombre en su relación con la naturaleza, mientras que se trata de un modo de producción históricamente determinado, y si queremos «cenos», el autor propone más bien el «capitaloceno». En efecto, es la lógica del capital la que destruye las dos fuentes de riqueza, la tierra y los trabajadores, como afirmaba Karl Marx, autor citado a menudo en el libro. El autor subraya hasta qué punto la retórica sobre la «transición energética» y la salvación del planeta no está a la altura de lo que está en juego, y con demasiada frecuencia no pasa de ser pura hipocresía. Hay algunos pasajes instructivos sobre el tema de los pequeños gestos. Todos aquellos que están convencidos de que no comer carne salvará el planeta son enviados de vuelta a la escuela. Con datos precisos, nos enteramos de que, en equivalente de gasóleo gastado por kilo, un pollo cuesta la mitad que un tomate, récord que ostentan el marisco y el pescado. El autor también señala que, desde el punto de vista medioambiental, comer pollo de Bresse es menos destructivo que comer quinoa. El autor pasa revista a todos los artilugios, en particular el coche eléctrico, que mantienen ocupada a la gente guapa de la parte alta de la ciudad. Denuncia la «ilusión tecnológica» propagada por todos aquellos que están dispuestos a cambiarlo todo para que nada cambie.

Tras un rápido análisis de la evolución del sistema capitalista mundial, demuestra que es éste el que ya no puede continuar sin poner en peligro a la humanidad y al planeta. Todas las soluciones basadas en una nueva fase de desarrollo capitalista son callejones sin salida. Un largo capítulo está dedicado a la planificación. Muestra que la planificación de Marx puede resumirse en unas pocas líneas muy generales, pero que fue la economía de guerra la que le dio su impulso, tanto en los países capitalistas como en la Unión Soviética. Demuestra que los resultados de la planificación han sido muy desiguales y que los pocos éxitos, como el plan Monnet de 1946, no pueden compensar los numerosos fracasos a medias. Unos cuantos recordatorios de la historia de Francia desde 1945 bastan para desinflar la mitología sobre este tema. “No nos falta planificación», argumenta el autor, que intenta trazar un cuadro de las innumerables leyes aprobadas en materia de medio ambiente, con el amontonamiento de estructuras, comités, consejos y establecimientos públicos que contribuyen al debilitamiento del Estado.

La manía de los planes va de la mano del fortalecimiento del ejecutivo y del aparato burocrático en detrimento de las organizaciones populares (sindicatos) y del parlamento. No hay piedad en denunciar la asfixia de toda democracia a la que conduce la lógica de las instituciones de la V República francesa, y eso debería bastar para desacreditar a la élite dirigente. El estado de las cosas en la República macronizada es catastrófico y muestra el inverosímil servilismo de Francia no solo a la Unión Europea, sino ante todo a Alemania, incluso en detrimento de nuestras relaciones con otros países europeos.

El libro termina con algunas ideas. El autor aboga por una especie de desglobalización, cuestiona el libre comercio a ultranza y defiende un «proteccionismo razonable». Propone abandonar la Organización Mundial del Comercio. En el plano interno, rechaza una gran velada constitucional y propone algunas reformas de sentido común. El conjunto no es muy radical. Es un reformismo prudente, cercano, no por casualidad, a lo que Arnaud Montebourg podría desarrollar en su intento de campaña presidencial a finales de 2021 (Jean-François había sido su jefe de campaña). El problema que el autor finge no ver es que cada una de sus reformas contará con la feroz oposición de las clases dominantes y de la burocracia de la Unión Europea. El autor no quiere salir de esta estructura, pero ni el proteccionismo razonable, ni las reformas sociales en favor de los trabajadores, ni el desmantelamiento del edificio de las agencias, ni la autonomía de decisión de las naciones son aceptables. Quien quiera aplicar seria y realmente el programa expuesto en este libro tendrá que hacer estallar la construcción europea y enfrentarse a las grandes potencias capitalistas. Por ejemplo, cuando se proponga desmantelar las grandes empresas multinacionales, será necesario sacar a Peugeot y Citroën de Stellantis y repatriar todas las fábricas de estos grupos a Eslovaquia, España, India, etcétera. ¿Cómo lograrlo sin torcerle el brazo a Carlos Tavares y a los propietarios de Stellantis, entre ellos el poderoso grupo Fiat? Al final del libro, queremos decir, como Marx: ¡Hic Rhodus, hic salta!

Traducción: Carlos X. Blanco