El lanzamiento de una novela de Michel Houellebecq es siempre un pequeño acontecimiento. Esta salida no es una excepción a la regla.
Una omertá sobre el contenido del libro (violada por filtraciones en PDF en las redes sociales), una primera edición abracadabrantesca de 300.000 ejemplares, un objeto realmente agradable de leer y de sostener (slicefile, marcapáginas, ilustraciones…), una ocurrencia rara en un mundo que lee mucho en tablets.
¿Y el contenido? Magistral. Houellebecq es un experto en cambio de enfoques. Va de lo íntimo al thriller, de la política a las relaciones familiares. Cada uno de sus placeres de escritura da en el blanco. Cada una de sus alusiones a la estupidez, la fealdad, la vulgaridad del mundo da en el blanco. Los mandatos fascistas del Estado, los menús que llevan nombres estúpidos, la angustia urbana (la «soledad ultramoderna» de Alain Souchon, tal vez), los lazos sueltos con los que nos reconectamos torpemente. El suyo, el veganismo, la telebasura…
Michel Houellebecq es el pintor de la vida moderna, pero a diferencia de Baudelaire, no usa el poema en prosa. Es un hiperrealista teñido de romanticismo depresivo. Así que, lamentablemente, es el escritor adecuado para nuestro mundo. Un poco Norman Rockwell, un poco Edward Hopper, sabe captar seres abollados, atmósferas frías y desilusionadas, la ciudad que lo deshumaniza todo, la mediocridad que mata los destinos.
En Aniquilar está el terrorismo, una elección presidencial que se prepara (la de 2027, ya que es 2026), altos funcionarios a la deriva, mujeres odiosas y otros santos, niños concebidos por GPA, sueños meticulosamente descritos, Año Nuevo fallido, apuestas colosales. También está la crónica, cariñosa e irónica, de Francia de la que Houellebecq es el único que habla, la de los chalecos amarillos: la departamental, los hospitales provinciales, el cariño un poco telefoneado, el Tren de Alta Velocidad que pasa, bajo la lluvia, por improbables rincones.
Por supuesto, hay algunas palabras sobre Zemmour, que polariza a todos y les instala a todos en sus certezas, «como Marchais», algunas palabras bastante divertidas sobre Hanouna. Macron se describe desde lejos, con sus «poses cristianas» y su «nación de inicio». Bruno Le Maire, que cede todo o parte de sus rasgos a Bruno Juge, ministro de Economía y Finanzas, tiene derecho a un retrato, inevitablemente ficcionalizado, pero también elogioso y compasivo. En cualquier caso, se trata de una novela extraordinaria, muy sutil y muy cruel, que es mejor abordar cuando estás en buena forma. Por cierto, ¿por qué no después de la rebelión?
Michel Houellebecq: Anéantir. Flammarion (Enero de 2021)
Fuente: Boulevard Voltaire
Arnaud Florac es cronista de Boulevard Voltaire.