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Extracto del libro En contra del viento de Diego Fusaro: Fichte y la alienación del yo


Diego Fusaro | 10/05/2022

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

En la historia del pensamiento, a veces ocurre que las categorías que habían distinguido, a menudo de forma hegemónica, el debate de toda una época, de repente, en el tiempo de la sucesión de una o dos generaciones, se eclipsan y desaparecen del horizonte de sentido de la siguiente. Hasta el punto de que quienes insisten en referirse a ellas explícitamente, o incluso sólo aluden a ellas tímidamente, son señalados puntualmente como nostálgicos, como si se movieran en un nuevo territorio conceptual utilizando los viejos y ya inútiles mapas de referencia.

Creo que ninguna otra categoría ha tenido más aventura que la de la alienación, cuyo destino está atado con doble cuerda no sólo a los avatares del marxismo, ahora enterrado bajo los escombros del Muro de Berlín, sino también, e incluso antes, a la temporada del idealismo alemán, de la que Marx la heredó, convirtiéndola en un concepto que, con razón o sin ella, ha actuado perdurablemente como brújula con la que orientarse en medio de los acontecimientos y las luchas que han coloreado un «siglo corto» con lágrimas y sangre, pero más que cualquier otro lleno de acontecimientos. ¿Quién tiene todavía el valor, en la situación actual, de hablar de alienación? ¿Quién se atreve todavía a referirse a una categoría tan connotada, incluso en sentido ideológico, y tan llena de patetismo antiadaptativo con respecto a una época (la del capitalismo absoluto y/o totalitario) que no pide a sus súbditos más que una aceptación dócil e irreflexiva?

Nuestra época, la que en el acto mismo de declararse post y antiideológica se revela como la época más ideológica de toda la aventura histórica de la humanidad, se caracteriza, sobre todo, por una naturalización de todo lo que está histórica y socialmente determinado: capitalismus sive natura, se podría decir, como he propuesto en otro lugar, con un estigma spinoziano, indicando cómo, a partir de la fecha sinécdoque de 1989, el cosmos con morfología capitalista lleva a término aquel movimiento que lo había acompañado desde su vislumbre original, a saber, la naturalización de sí mismo en forma de eliminación forzada de su propia determinación histórica y social. A diferencia de lo que se determina en un sentido histórico y social, la naturaleza no puede someterse a la crítica ni a la transformación: existe y simplemente pide ser reflejada, registrada, contemplada y, por tanto, santificada en su configuración real.

En un escenario así, en el que de la «razón práctica» se pasa casualmente a la «razón cínica» y la naturalización de la sociedad y el eclipse de la historicidad conforman una única constelación de sentido bajo la bandera de la coacción para «soportar el mundo» (Sloterdijk) concebida como la única realidad posible porque siempre ha estado dada de forma natural (de ahí la fortuna rotunda que le viene hoy a los viejos y nuevos realismos), no es difícil entender en qué sentido no hay ni puede haber lugar para la categoría de alienación. Con su obstinada renuncia a soportar un mundo programáticamente concebido como pervertido respecto a su propio potencial y, por tanto, como ajeno a sí mismo, desempeña esa doble función de crítica glacial de lo existente y de búsqueda sinérgica de una ulterioridad ennoblecedora respecto a él que es el propio sistema de producción el que desaconseja en todas sus actuaciones ideológicas (la «industria cultural» posmoderna desempeña, desde este punto de vista, una función estratégica de vital importancia para la reproducción del mundo capilarmente per-meado por la forma mercancia).

Así repite al unísono el coro virtuoso del pensamiento único, celebrando ese pluralismo que sólo dice siempre lo mismo en plural: ¿cómo se puede alienar nuestro mundo «natural»? ¿Qué sentido tiene utilizar la vieja categoría de alienación, preñada de pasado, en referencia a una forma de producir, existir y pensar que refleja y realiza la única forma posible (la «natural», precisamente) de producir, existir y pensar? En comparación con la época de la Beantwortung de Kant en Was ist Aufklärung? (1784), el poder se ha reforzado inmensamente y, al mismo tiempo, ha cambiado su estrategia reproductiva: el «razona todo lo que quieras y sobre lo que quieras, pero obedece» se ha trastocado en la forma inédita de “obedece, porque no hay nada más que hacer”. El fracaso de los intentos de es-capar del reino animal del espíritu capitalista que salpicó el siglo XX se utiliza ideológicamente como prueba de la intrascendencia del capitalismo transformado en un destino ineludible, en una «jaula de acero» blindada e ineludible.

«Este es el principal mandamiento de la religión capitalista de la vida cotidiana. En relación con ella, la categoría de alienación, cuando se sigue utilizando, revela un tenaz y nada disimulado rechazo a la rendición, o incluso un deseo de reabrir el futuro que el capital pretende (una vez más con una actuación altamente ideológica) haber cerrado en forma de un presente eterno que sólo reproduce una y otra vez el ser reducido a una cantidad intercambiable en el mercado».

Personalmente, no creo que en la filosofía existan esos «umbrales de irreversibilidad» que caracterizan la evolución de la ciencia, con sus «revoluciones científicas» (Kuhn) y sus «rupturas epistemológicas» (Bachelard): si volver a Ptolomeo después de Copérnico es imposible, volver a Marx, Hegel y Fichte después de Rawls, Arendt y Sloterdijk no sólo es posible, sino incluso deseable. Sobre todo porque (paradoja de las paradojas) ¿cómo podría haber fracasado la categoría de alienación, que describió con apasionado rigor y sometió a una crítica despiadada un mundo con respecto al cual el nuestro está en continuidad, configurándose como su realización en forma paroxística?

A pesar del coro virtuoso de quienes celebran su caducidad, la categoría de alienación es coextensiva con el régimen capitalista: de ahí su actualidad y, además, ineludible para cualquier pensamiento que aspire a enfrentarse seriamente a lo existente. Así que insistamos en repetir que la alienación sigue siendo una categoría para nostálgicos. No lo negamos: al contrario, lo reivindicamos abiertamente. La nostalgia sigue siendo un sentimiento más noble que el cinismo, el desencanto y la resignación, es decir, las «pasiones tristes» que pintan los matices emocionales hegemónicos de hoy. Sentimos nostalgia por el futuro del que hemos sido desposeídos.

Diego Fusaro: En contra del viento: Ensayos heréticos sobre la filosofía. Letras Inquietas (Mayo de 2022)

Nota: Este artículo un extracto del citado libro