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La coartada del odio a los blancos


Julien Langella | 27/05/2022

 Nuevo libro de Santiago Prestel: Contra la democracia

En contra de sus pretensiones apaciguadoras, el mestizaje no tiene nada que ver con el deseo de paz. Para los dirigentes de las asociaciones llamadas «antirracistas», el discurso promestizaje es el respaldo intelectual de un deseo agresivo de venganza contra los europeos.

Es una declaración de guerra de los antiguos colonizados, o más bien de sus autoproclamados representantes, contra los «privilegios de los varones blancos heterosexuales», según la expresión de la extrema izquierda feminista y de Anne Lauvergeon, expresidenta de la empresa nuclear Areva. Esta improbable unión demuestra una cosa: cuando se trata de odiar a los blancos, todo el mundo está de acuerdo.

Este aspecto reivindicativo explica en parte que la apología del mestizaje se haga siempre en beneficio de los africanos, que se supone que liberan a los pequeños blancos de su estrechez de miras. Porque es bien sabido que los blancos no pueden bailar, correr o divertirse. «El único blanco que sabe bailar es Michael Jackson», canta James Deano. Clichés que no escandalizan a las buenas conciencias.

Incluso un antiguo ministro francés, Azouz Begag, delegado para la Promoción de la Igualdad de Oportunidades, incurrió en un discurso de odio. En 2005, declaró: «Debemos cruzar la carretera de circunvalación, ir hacia los nativos, los descendientes de Vercingétorix. Hay que romper las puertas (…) debe ser como una invasión de langostas (…) para que nunca se pueda volver atrás».

Esta insidiosa apología de la violación no sorprendió a nadie. Ningún medio de comunicación importante compartió estos odiosos comentarios. No vimos al presidente de SOS Racismo y otras asociaciones pidiendo respeto y tolerancia, y menos presentando una demanda, y eso que son de reacción rápida. Ninguno de los colegas de Azouz Begag se desvinculó de él y ninguna feminista, habitualmente tan rápidas en hacer suyas la causa de la violencia contra las mujeres, hizo oír su desaprobación. Es la ley del silencio.

Cuando un no-blanco habla, puede decir lo que quiera, porque es bien sabido que el odio racial solo va en una dirección, y los blancos no pueden ser víctimas de él porque son los autores

Julien Langella: Católicos e identitarios: De la protesta a la reconquista. Ediciones La Tribuna del País Vasco (Marzo de 2022)

Nota: Este artículo un extracto del citado libro