Todo lo que está ocurriendo no es sino la consecuencia lógica de una Constitución que va llevando desde su aprobación a un régimen confederal. En este contexto, la izquierda se siente cómoda porque vive de necesitar mutuamente el apoyo de esas fuerzas centrífugas y ellas, a su vez, de necesitar ese poder central para la construccion de ese poder alternativo.
La llamada «derecha» no tiene nasa que hacer en ese recorrido. Ni lo tendrá.
Únicamente aquellos elementos culturales y políticos extra-parlamentarios que llevan años denunciando que el gran mal que ha llevado hasta aquí es el mismo texto constitucional lo han entendido y lo proclaman sin reserva mental alguna.
La honestidad intelectual pasa por todo esto. Lo demás es seguir engañando a ese pueblo que sale con banderas a la calle y decirles que ellos les representan. Cuando son los mismos que, desde 1978, 1996 y más allá, regaron de presupuestos y competencias a esas mismas comunidades que ahora denuncian para alcanzar el mismo poder que Sánchez ha renovado.
Tan sencillo como que ninguno modificó esa ley electoral que beneficia el voto nacionalista y que, curiosamente, es una de las exigencias de Junts en lo recientemente firmado: que ni se les ocurra cambiar una coma de un texto legal que siempre les va a dar un poder sobre el resto desproporcionado e injusto. Algo de lo que ya advirtieron en su día Izquierda Unida, Rosa Díez o Albert Rivera: en España no existe la afirmación de «un hombre, un voto». Porque siempre vendrá el vasco o el catalán a decirte que con su voto crea un grupo parlamentario y que tú necesitas más de un cuarto de millón de electores para romper el techo de la representatividad.
No hay solución dentro del marco. Hay que salir del mismo.
Carlos Martínez-Cava: Refundación soberana. Letras Inquietas (Enero de 2020)
