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En recuerdo de la imborrable figura del asturianista Xaviel Vilareyo y Villaamil


Carlos X. Blanco | 03/05/2024

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El día 19 de mayo de 2015, a la temprana edad de 48 años, falleció el gran asturianista Xaviel Vilareyo y Villaamil. Contra el olvido y la maledicencia, vuelvo a escribir unas líneas sobre su figura.

De forma física tan sólo coincidí con él en una ocasión: en la presentación de mi libro La nación asturiana. Este acto fue el 2 de enero de 2008, en la Biblioteca del Campo San Francisco en la capital del Principado, en la Xunta d´Escritores Asturianos. Tras mi ponencia y después de sus amables palabras recorrimos por la noche, en compañía de otros asturianistas, varias sidrerías de Oviedo. Recuerdo que me regaló uno de sus cuadros, una pintura que reflejaba «Les Asturies» tal y como él, con argumentos en la mano, debían ser.

Así dicho, en plural, las Asturias abarcan muchas más tierras y gentes, más que la actual comunidad autónoma del Principado de Asturias, desde luego. Los límites actuales se corresponden, en realidad, con la «Provincia de Oviedo» que los liberales del siglo XIX inventaron mediante recortes y aberraciones históricas. Franco no hizo sino consagrar el modelo territorial centralista y provincialista del liberalismo, ideología nefasta para nuestra identidad como españoles y asturianos. Las Asturias de Santillana, frente al invento ese de «Provincia de Santander» (ahora Cantabria), amén de ciertos concejos leoneses y gallegos, eran, para Vilareyo, territorios de urgente e irrenunciable reincorporación administrativa. Además de Las Asturias en su sentido nuclear, el gran Xaviel también hizo referencias a un segundo círculo de asturianidad: el País Astur que, debido a la presencia lingüística del asturiano en sus diversas variantes así como de ciertos rasgos culturales astures, se extiende por todo León, Zamora, parte de Salamanca y más al sur. En el oriente, según él, están muy olvidadas otras «Asturias» (más allá de las de Oviedo, estaban las de Santillana, Trasmiera y Laredo). En las Encartaciones, hoy «euskaldunizadas» a la fuerza, hay restos de la lengua de nuestro antiguo reino, creado tras la rebelión de Pelayo.

Todas estas reclamaciones de Vilareyo están hoy muy olvidadas y denostadas. Debe recordarse que reabrir los cofres de las esencias pone nerviosos a todos los que, de una manera u otra, disfrutan de alguna prebenda en el actual status quo. El escritor, etnólogo y filólogo que era Vilareyo «“no se cortaba un pelo» ante otros autores y políticos de aldea que, no obstante su retórica, ridículamente calcada del abertzalismo vasco o del celtismo con estrellita roja incorporada, aceptaban como realidad inmodificable el «provincianismo» que la Constitución del 78 consagraba. Una Constitución heredera del sistema de Franco y de todos los demás errores pretéritos desde la llegada a España de los borbones.

Vilareyo y yo descubrimos muy pronto el secreto del «asturianismo soberanista». Los pequeños grupúsculos y capillas que sobrevivían (política y culturalmente) dos décadas después del desmantelamiento, en 1980, de la llamada «ETA asturiana» (entre cuyas chapuzas cabía destacar el atraco al Banco Herrero, el 9 de julio de 1979), los minipartidos de la «izquierda soberanista» fueron desplazándose de un celtismo pseudocientífico a una visión obsesionada con la «oficialidad» de la lengua asturiana y estuvieron siempre financiados y subvencionados por el Régimen del PSOE-IU (después Podemos). Despreciando las sensatas aportaciones del diputado regional Sánchez-Vicente, que logró una Ley de uso y protección del bable-asturiano, los «soberanistas de izquierda» trataron de compatibilizar su miedo cerval a ser identificados con «cachorros asturianos de ETA», tras una supuesta colaboración con etarras en 1979, con su supuesta lucha cultural en pro de un idioma en la que funcionaron como brazo «activista» del PSOE-IU.

Un idioma minorizado al que maltratan a diario sus propios «defensores» y que emplean no para unir sino para separar, no posee un futuro luminoso. Vilareyo y otros hablantes patrimoniales del asturiano, como yo mismo, no escapábamos de nuestro asombro al recibir ataques de estos furibundos «defensores» de la llingua, que, curiosamente, ellos no habían aprendido en casa sino en cursillos de bable enlatado para hijos y nietos de castellanos y andaluces, aspirantes a héroes de la dixebra (independencia) que nadie sensato deseaba.

Vilareyo no hizo política ni se plegó ante ningún abertzalismo asturiano «de tambor y gaita», como decimos en nuestra tierra. Se le acusó de todo, pero briosamente él seguía con su labor de poeta, ensayista, filólogo, cinéfilo, etnólogo. Todo cuanto era asturiano de esenciale interesaba. Por eso nunca gravitó en el micromundo de chiflados que se hacía llamar «izquierda soberanista». Mundo poblado en gran medida por rezagados mentales, muchos de los cuales, a su vez, han acabado con un carnet del PSOE después de querer, durante años, darnos lecciones de «patriotismo». El tiempo pone a todos en su sitio.

El de Vilareyo era un nacionalismo puro, no supremacista ni tampoco necesariamente separatista. Se trataba de una defensa de la identidad, la asturiana, sin ir contra nadie. La identidad de un pueblo que contó con uno de los reinos más importantes de la Alta Edad Media, restaurador de la vieja Hispania. Este dato ofende a muchos en una España donde los pueblos han perdido su identidad y aceptan una postiza, creada en laboratorios ideológicos que maquinan con muy aviesas intenciones. Pues que se ofendan. Una España como esta, que se ofende ante la verdad, es una España sin futuro. Un recuerdo para don Xaviel.