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Miguel Primo de Rivera: el cirujano de hierro


Javier García Isac | 29/06/2020

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Si bien Alfonso XIII presentaba al nuevo líder del país como «su Mussolini particular», Primo de Rivera poco o nada tenía que ver con el fascismo, más allá de puntuales medidas de tipo corporativista, aplicadas con un afán de eficiencia y no tanto ideológico. El militar se veía a sí mismo como un «cirujano de hierro», figura política muy apreciada en la Europa de entreguerras y que fue adoptado por un buen número de países. Para Primo de Rivera, los españoles se habían cansado de las «películas de esencias liberales y democráticas» y tan sólo aspiraban a tener «orden, trabajo y economía».

Aunque la idea inicial de Primo de Rivera era la instauración de un régimen temporal cuya duración no superase los tres meses y que permitiera el inicio de la regeneración del país, su programa de regeneración, de «descuaje del caciquismo», precisaba de más tiempo. Era imposible aplicar una reforma estructural de un sistema anquilosado y altamente corrupto heredado del siglo XIX en apenas noventa días. Con el objetivo de dar forma a sus ideas, Primo de Rivera ideó la creación de un partido político centrado en la acción regeneradora al que llamó Unión Patriótica y cuyos valores pivotaban en «una fuerza central, monárquica, templada y serenamente democrática». En esta nueva formación, que fue definida de apolítica, se integraron un buen número de personas procedentes de la derecha tradicional católica, del conservadurismo, del liberalismo e, incluso, del socialismo. En definitiva, la Unión Patriótica se trataba de un partido que intentaba aglutinar a la mayoría de sensibilidades políticas de la nación, excluyendo, obviamente, a los anarquistas y separatistas.

La actitud de Primo de Rivera fue tajante contra la CNT y los enemigos de España. Ambos fueron ilegalizados y decretó severas penas contra aquellos que conspirasen o actuasen contra la unidad de la patria. Algunos separatistas catalanes se resistieron, sin éxito, a las nuevas medidas. Por parte de los vascos, liderados por el PNV, la mayoría optaron por seguir cómodamente con sus empresas y negocios y dejaron la difusión del separatismo para sus escapadas a la montaña.

A pesar de los éxitos obtenidos por el gobierno de Primo de Rivera, el problema marroquí seguía preocupando a los españoles. Tras ser nombrado presidente del gobierno por Alfonso XIII, muchos militares temían que el Capitán General adoptase una postura «abandonista» en la colonia. Estos oficiales no se equivocaban en su apreciación puesto que una de las primeras medidas adoptadas por Primo de Rivera fue ordenar el repliegue de las tropas al litoral. Esto le valió las críticas de un buen número de altos mandos, entre los que se encontraba el entonces Teniente Coronel Francisco Franco que apostaba públicamente por el mantenimiento de las provincias españolas en África. No obstante, la retirada a la costa fue temporal. En 1923 y tras conseguir el compromiso francés para luchar contra los rebeldes rifeños desde sus respectivos territorios, Primo de Rivera reanudó las operaciones en Marruecos y ascendió al jovencísimo Franco a Coronel y, posteriormente, a General en menos de tres años.

En septiembre de 1925, las tropas españolas desembarcaron en Alhucemas, sorprendiendo por completo a Abd-el-Krim en su retaguardia. La operación consiguió dividir a los rifeños en dos, siendo también atacados en su sector por los franceses. En abril de 1926, el líder rebelde, consciente de su derrota, optó por entregarse a los galos. La paz era un hecho en el Marruecos español, Primo de Rivera obtuvo el triunfo más espectacular de su gobierno y su nivel de apoyo entre la población logró ser más alto que nunca.

En lo económico, Primo de Rivera apostó por el proteccionismo y un tímido corporativismo, tan de moda y aplaudido en aquellos años. Su gobierno creó diferentes monopolios como la CAMPSA, Telefónica o el tabaco y aumentó la inversión pública en infraestructuras, como la creación de las Confederaciones Hidrográficas, la construcción de 7.000 kilómetros de carreteras lo que facilitó que el parque automovilístico se duplicase en menos de seis años y la extensión de la electricidad a las zonas rurales del país. A fin de aumentar la recaudación y bajo el liderazgo de José Calvo Sotelo, a la sazón Ministro de Hacienda, se diseñaron decretos contra la ocultación de riqueza, sobre la contribución industrial y en el arrendamiento de fincas territoriales con el objetivo de combatir la elevada evasión fiscal. En material social, Primo de Rivera promovió, junto al PSOE y la UGT, la creación de medidas de protección oficial, la jubilación, la protección de las familias numerosas y de ayudas para las mujeres embarazadas. Sin embargo, temeroso de provocar a la poderosa burguesía y terratenientes rurales, el gobierno optó por dejar las cosas como estaban y no aplicar ninguna reforma agraria.

Sin embargo, los apoyos que sostenían a Primo de Rivera fueron menguando al final de la década. El sindicalismo ilegal, liderado por la CNT, comenzó a enfrentarse a la UGT, uno de los grandes apoyos del régimen. Los industriales y productores se mostraban disconformes con el sistema intervencionista de la Organización Corporativa Nacional, a la que tildaban de estar escorada hacia los intereses obreros. Los separatistas, en especial catalanes, comenzaron a exigir una descentralización del país. Los intelectuales consideraban que las reformas contra la corrupción y el caciquismo de Primo de Rivera eran insuficientes. Los conservadores y liberales pensaban que el gobierno del militar había durado demasiado y que era necesario volver al turnismo entre los dos partidos. Por si fuera poco, Alfonso XIII comenzó a barruntar la posibilidad de retirar su apoyo a Primo de Rivera y evitar cualquier tipo de riesgo para la corona.

En junio de 1926, los Generales Weyler y Aguilera, junto a políticos como Melquiades Álvarez, dieron un golpe de estado fallido contra Primo de Rivera. En enero de 1929, el conservador José Sánchez Guerra con el apoyo de varias compañías de artillería acuarteladas en Valencia, se alzaron contra el que fuera Capitán General de Cataluña. Aunque en ambas intentonas el gobierno se mantuvo firme y logró reconducir la situación, no pocos consideraban, entre ellos Alfonso XIII, que las horas de Primo de Rivera al frente del gobierno estaban contadas y que era necesario un recambio.

El militar, consciente de su pérdida de apoyos, diseño un proceso de transición en el que su régimen se transformaría en un sistema democrático regido por una asamblea formada por una doble cámara de diputados y senadores. El plan fue presentado a Alfonso XIII, que optó por dilatar su respuesta en el tiempo a la espera de acontecimientos. Ante la tardanza real, Primo de Rivera optó por solicitar el apoyo del Ejército. A pesar de que su gobierno había logrado pacificar el Marruecos español y devolver a la institución castrense su prestigio perdido tras el desastre de Annual, la respuesta de los capitanes generales fue algo más que tibia. Sintiéndose solo y abandonado por quienes habían sido sus aliados y colaboradores, Primo de Rivera presentó su dimisión ante Alfonso XIII el 28 enero de 1930. El monarca aceptó su petición de inmediato y nombró a su jefe militar, el General Dámaso Berenguer, presidente del gobierno con el encargo de recuperar el sistema constitucional. Lo que no sabía Alfonso XIII es que acababa de iniciar el proceso que terminaría con la monarquía en España y la instauración de la segunda república.

Miguel Primo de Rivera

1. El salvador de España
2. El cirujano de hierro

Javier García Isac: Cita con la Historia. SND Editores (Marzo de 2017)

Nota: Este artículo es un extracto del citado libro