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¿Es Donald Trump la última esperanza para la creación de un ejército europeo?


Georges Feltin-Tracol | 21/03/2024

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En Le Figaro del 9 de noviembre de 2016, Étienne de Montety nos recordaba la sorprendente elección de Donald Trump a la Casa Blanca: su apellido procede de un sustantivo que significa «Trump». Y añadía que el verbo to trump se traduce como «eclipsar, ridiculizar, vencer o incluso prevalecer». Hay que decir que la etimología del apellido del cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos encaja perfectamente con la situación actual.

En campaña para las elecciones primarias, que domina ampliamente, habiendo ganado ya las urnas y los caucus de Iowa, New Hampshire, Nevada, las Islas Vírgenes estadounidenses, Carolina del Sur y Michigan, Donald Trump sueña con vencer (¡de forma regular) el próximo mes de noviembre frente a un Joe Biden en horas bajas. Sin embargo, dejó atónitas a las cancillerías occidentales con uno de sus habituales exabruptos.

En un mitin electoral celebrado el 10 de febrero en Carolina del Sur, el hombre con ciento diecinueve cargos en su contra amenazó a los países europeos miembros de la OTAN. Si no hacen un verdadero esfuerzo en su defensa nacional aumentando sustancialmente su presupuesto militar (más del 2% del PIB), él podría, como futuro Jefe de Estado, no aplicar el artículo 5 del tratado de 1949 y no acudir en ayuda de los Estados que pudieran ser atacados por su vecino ruso.

Varios ayudantes clásicos conservadores de Trump entre 2017 y 2021 informaron de que había tenido la intención de sacar a Estados Unidos de la OTAN en 2019. Los operativos republicanos del Estado profundo supieron convencerle de que no lo hiciera. De vuelta en el Despacho Oval en 2025, Donald Trump contaría esta vez con administradores totalmente de acuerdo con sus políticas. Conscientes de esta amenaza, los demócratas han aprobado una ley que obliga a cualquier presidente que desee abandonar la OTAN a solicitar el acuerdo previo del Congreso.

Muchos comentaristas se ofenden por los planes aislacionistas del muy probable candidato presidencial en noviembre de 2024. Estos refunfuñones olvidan fácilmente que Donald Trump forma parte de la continuidad diplomática estadounidense, en particular de la del Discurso de Despedida. El 19 de septiembre de 1796, el principal periódico de la época, el American Daily Advertiser, publicó un texto del presidente George Washington. En él anunciaba que no se presentaría a un tercer mandato e hizo de esta declaración impresa su testamento político. Consciente de la debilidad de un ejército incipiente y de la fragilidad de un nuevo sistema federal, el primer presidente estadounidense instó a la joven república a mostrar un distanciamiento diplomático de los acontecimientos revolucionarios en Europa.

«La gran regla de nuestra conducta», escribió, «en lo que respecta a nuestras relaciones con las potencias extranjeras, debe ser desarrollar nuestros intercambios comerciales, pero mantener con ellas el menor número posible de relaciones políticas». En 1789, el Congreso transformó el Departamento de Asuntos Exteriores, creado en 1781, en una Secretaría de Estado con nuevas competencias internas distribuidas posteriormente a otros miembros del gabinete ejecutivo. George Washington insistió, por tanto, en una diplomacia que rechazara las alianzas permanentes y permitiera, en cambio, una neutralidad activa capaz de adaptarse a todas las circunstancias internacionales posibles.

Donald Trump demuestra su fidelidad a las enseñanzas de su muy lejano predecesor, aunque entretanto Estados Unidos de América se haya convertido en la primera potencia mundial. Basado en el rechazo de la inmigración, la condena de los acuerdos de libre comercio y un cierto aislacionismo, el nuevo conservadurismo trumpiano (que hay que distinguir del neoconservadurismo belicista y hegemónico del clan Bush) se aleja decididamente del conservadurismo clásico, que propugna el aumento constante del presupuesto del Pentágono para financiar todas las intervenciones exteriores, una desregulación económica interna que beneficie a las nuevas industrias del entretenimiento digital y wokista, y bajadas masivas de impuestos. En teoría, sólo la defensa de los valores morales tradicionales y la lucha contra el aborto pueden unir a estas dos corrientes antagónicas del conservadurismo al otro lado del Atlántico.

Las polémicas declaraciones de Donald Trump en Carolina del Sur tienen el gran mérito de despertar a los aletargados gobiernos europeos que se creen inmunes a cualquier amenaza porque se benefician del «paraguas estadounidense». No obstante, algunos Estados han empezado a rearmarse. Ya sea bajo los nacional-conservadores del PiS o bajo el régimen proto-autoritario de centro-largo de Donald Tusk, Polonia prosigue su ascenso al poder y pretende convertirse en la primera fuerza militar de la llamada Unión Europea.

La Hungría de Viktor Orban lleva años reclamando una coordinación integrada de los ejércitos del continente. Desde el segundo mandato de François Mitterrand, Francia apoya una «política europea de defensa».

La Hungría de Viktor Orban lleva años reclamando una coordinación integrada de los ejércitos del continente. Desde el segundo mandato de François Mitterrand, Francia ha apoyado una «defensa europea». Con el Brexit, sigue siendo el único poseedor del arma atómica dentro de la pseudo-Unión. Partidario de una vaga «soberanía europea», Emmanuel Macron querría extender el principio de disuasión nuclear a todos los Estados miembros de la llamada Unión Europea que también pertenecen a la OTAN, lo que excluiría a Irlanda, Austria, Malta y Chipre. Pero, ¿recibirían también esta protección Noruega, Islandia, Albania, Montenegro y Macedonia del Norte? En cuanto a Turquía, trataría de convertirse en potencia nuclear lo antes posible. Además, si esta cobertura nuclear francesa para Europa se materializa, ¿quién tendría la prerrogativa de apretar el botón fatal? ¿Sería el Presidente de la República Francesa, que se convertiría de facto en el principal estratega de la Ciudad Paneuropea, o sería un Areópago de Jefes de Estado y de Gobierno el que decidiría tras la inevitable palabrería? En la urgencia del momento, incluso por videoconferencia, tal reunión sería imposible de organizar.

Confiar la fuerza de disuasión nuclear a un nivel europeo plantea pues la inevitable cuestión de la soberanía. La soberanía no puede compartirse. En virtud del principio de subsidiariedad, sólo puede ser ejercida por las autoridades competentes. En el contexto de una respuesta inmediata, que presupone un nivel muy elevado de capacidad de reacción, la casta parlanchina no puede decidir, sin olvidar que la calidad intelectual de los actuales dirigentes roza la nulidad total.

Los europeos no están más que al principio de un salto histórico hacia un desconocido quizás prometedor, sobre todo si Donald Trump vuelve al poder a finales de enero de 2025. ¿No decíamos al principio de esta columna que «Trump» significaba «triunfo»? Su segunda elección podría convertirse en una formidable baza para la emancipación militar, a su pesar, de una Europa rica y somnolienta.

Nota: Cortesía de Euro-Synergies